Hipócrates
formuló las reglas del verdadero arte de curar en su clásica frase “Natura Medicatrix”; significa que “la Naturaleza es la que cura”, pues
existe en nuestro interior una fuerza
vital curativa.
Estudiosos de la salud de todos los tiempos han observado
esta fuerza interna ordenadora y curativa denominándola de diferentes maneras.
Manuel Lezaeta fue uno de ellos.
Manuel Lezaeta
en su tiempo, denunció la acción tóxica de los medicamentos químicos, como
agentes que deprimen y anulan la fuerza curativa vital de nuestro cuerpo,
llegando a paralizarla e impidiendo toda reacción defensora y restauradora.
También se opuso a la cirugía, pues al mutilar las entrañas, hace imposible
restablecer nuevamente la normalidad funcional del organismo, perdiéndose la
unidad del cuerpo. Recordemos que el cuerpo es un solo órgano con una sola su
función: la vida.
Nota:
hay excepciones en las cuales es necesaria la cirugía responsable en casos de
urgencia médica.
Un poco de historia.
Después de la curación de su grave enfermedad, Manuel Lezaeta por nueve años
siguió las enseñanzas y práctica del monje capuchino Tadeo de Wisent.
Posteriormente estudió las obras de Sebastián
Kneipp, sacerdote y médico naturista alemán, uno de los precursores de la
hidroterapia, Vincent Priessnitz, que
dio origen a la medicina alternativa usando hidroterapia y la cura natural, Wilhelm Kuhne, fisiólogo alemán, Arnold
Rikli, naturópata suizo, célebre por su cura atmosférica, Adolf Just, naturista alemán que fundó un
instituto naturopático y el hospital Jungborn, en Eckertal, que además estableció
un hospital de medicina natural en Pune, India; su paciente más prominente fue Franz
Kafka; Bilz, fisiatra, creador de un
sistema de curación natural, Benedict Lust,
alemán, uno de los fundadores de la naturopatía, Joan Angelats, precursor de la naturopatía española, Amílcar de Souza, médico portugués y
autor de diversos libros, Ángel Bidaurrázaga,
célebre médico vizcaíno titulado en Madrid, quién posteriormente abandonó la
medicina convencional entregándose de lleno al hipocratismo – naturista; etc.
A todos ellos estudió Lezaeta buscando la explicación completa de la
recuperación de su salud.
Sus estudios de Iridología
lo llevaron finalmente a formular la doctrina térmica como base para la
normalidad funcional del organismo humano. La pudo comprobar en los ojos de
miles de enfermos y sanos que observó a lo largo de su práctica de más de 40
años.
Su doctrina se desligó de las teorías convencionales, fundamentándose sólidamente
en las Leyes de la Naturaleza y corroborándola día a día por el examen del iris
de los ojos de sus pacientes.
Lezaeta en sus libros explica cómo la vida civilizada lleva al hombre
al desequilibrio de las temperaturas de su cuerpo, afiebrando diariamente sus
entrañas con la cocina (alimentos contaminados y malas combinaciones
alimentarias) y debilitando el calor de su piel con ropas y abrigos inadecuados
así como excesivos.
LEGADOS NATUROPÁTICOS
Kuhne decía que: “no
existe enfermo sin fiebre interna.”
Kneipp descubrió que toda
alteración de salud “era consecuencia de una piel inactiva y debilitada”.
Kuhne combatía la fiebre
interna y Kneipp hacía reaccionar la
piel fría e inactiva de todo enfermo. La
doctrina de Lezaeta amalgamó ambas prácticas curativas, combatiendo juntamente
la fiebre interna y el frío exterior del cuerpo, refrescando el interior del
vientre y despertando el calor natural de la piel, descubriendo que el arte de
conservar y restablecer la salud es cuestión de temperaturas.
Lezaeta definió la fiebre
como un fenómeno de naturaleza inflamatoria y congestiva, que se origina por
reacción nerviosa y circulatoria cuando los nervios son irritados o sometidos a
un trabajo mayor que el normal.
Esto se observa en el iris de los ojos del
enfermo y se confirma por un pulso superior a 70. La fiebre interna
gastrointestinal altera el valor nutricional de los alimentos, debilita por
desnutrición e intoxicación progresiva y crónica. Altera e incapacita las
funciones de nutrición y de eliminación de los pulmones, porque acelera la
actividad cardiaca, enviando con demasiada frecuencia la ola sanguínea a los
pulmones, congestionando así sus tejidos y estrechando la capacidad de aire.
Lezaeta
también descubrió que la fiebre interna debilita las funciones de la piel, que es nuestro tercer riñón y
pulmón, provocando anemia por deficiente circulación sanguínea en este órgano.
¿Qué tratamientos pusieron
en práctica estos grandes intuitivos de la salud humana?
Simplemente
normalizaron las funciones del organismo en sus procesos de nutrición y eliminación
que simultáneamente se realizan por el aparato digestivo, los pulmones y la
piel.
Evitaron toda droga y demás químicos que intoxican la sangre y el sistema
nervioso.
Restauraron el equilibrio térmico de sus pacientes, normalizando el
organismo, fortaleciendo la fuerza vital y encauzándola para erradicar la
enfermedad, cualquiera que ésta fuese.
Concluyeron finalmente que las enfermedades no
se curan, pues toda enfermedad, en su principio, es de naturaleza funcional y no microbiana.
Antoine Béchamp
tenía razón cuando le dijo a Louis Pasteur: “el microbio no es nada, el terreno
lo es todo”. Pasteur reconoció esto, pues un poco antes de morir declaró que Béchamp tenía razón.
LA TEORÍA DEL TERRENO DE BERNARD
Si nuestro organismo está en equilibrio térmico, entonces nuestro "terreno" se verá libre de acúmulos tóxicos en sus espacios intersticiales o
extracelulares, situación vital para la nutrición celular, y la
conservación del pH interno requerido en sangre y tejidos, (sinónimo de correcto equilibrio
bioquímico del cuerpo, además de sangre pura y limpia), condición en la cual es
imposible que los microorganismos pueden tornarse virulentos y patógenos.
La
frase anterior es correcta, porque, la digestión, alterada por fiebre interna,
degenera en putrefacción, generando una fuente de tóxicos que envenenan la
sangre y el organismo. Estos venenos, en pequeña cantidad, originan casi el 80%
de las distintas alteraciones de salud conocidas como “enfermedades”.
La sangre es producto de la digestión y ésta sólo es
sana elaborándose a 37 grados de temperatura.
Sin sangre pura y limpia no hay proceso reconstructivo ni cura y los tejidos y
células mueren intoxicados, provocando procesos degenerativos, como el cáncer.
La influencia de aire y agua contaminados, los ruidos de
las grandes urbes sobre el sistema nervioso, alimentos contaminados y
desvitalizados, abuso de drogas, medicamentos, químicos, exposición a radiaciones,
etc., sumado a las deficiencias de vitaminas y minerales en los alimentos, son
factores que minan la salud y vitalidad humana.
Debido a estas variables ha
surgido un sinfín de síntomas nuevos. Pero por más numerosos que éstos sean,
sólo tenemos cierto número de órganos en los que pueden asentarse las
enfermedades. No importa cuánto cambien nuestros hábitos. Los órganos afectados
son los mismos.
La Iridología como
herramienta permite ver los cambios internos que se van operando en los tejidos
y órganos. A través de ella se puede determinar la fuerza funcional de cada
órgano, comprobar la facultad reconstructiva de la sangre, que lleva en su flujo
los nutrientes necesarios a las células que forman los tejidos orgánicos a fin
de que éstos se reparen. Muestra la fuerza nerviosa, el poder regenerador de
los tejidos y las fases de la enfermedad. En Iridología sólo existe el enfermo
y no la “enfermedad” al mostrar el organismo completo de forma holística, situación
que permite tomar las medidas oportunas en la prevención de dichas “enfermedades”.
El Dr. Eduardo
Alfonso, célebre médico español, doctorado en medicina en la Facultad de San Carlos en Madrid, fue presidente de la Federación Naturista Española,
miembro del Consejo de Investigaciones de la Emerson University, Los Ángeles, Catedrático
de Historia en la Universidad de Chile, escritor de numerosas obras de Medicina
Natural de gran vigencia en la actualidad, en su conocido Libro Curso de
Medicina Natural en 40 Lecciones, páginas 153 y 154, describiendo la anatomía del ojo y acerca del diagnóstico por el iris dice así:
DIAGNÓSTICO POR EL IRIS
“Se basa en el reconocimiento
del estado de los órganos, por las señales que estos proyectan en el iris del
ojo, con motivo de sus alteraciones anatómicas y funcionales. Sabido es que, el
iris es el diafragma contráctil, situado en la cámara anterior del ojo, delante
del cristalino, y perforado por un orificio, circular en la especie humana, que
se llama la pupila.
Este diafragma iridiano, que no es sino el segmento
anterior de la coroides (membrana que, por su parte, tapiza interiormente la
esclerótica) está inervado por el nervio ciliar corto del tercer par craneal o
motor ocular común; y por el nervio ciliar largo del sistema nervioso
simpático.
Este hecho que pone al iris en conexión con el ganglio cervical
superior del gran simpático por un lado, y por el otro lado con el ganglio
oftálmico del parasimpático, nos explica como el iris está en comunicación
nerviosa con todo el organismo, y la posibilidad de que lleguen a él las impresiones
de todos los órganos.
Página 155.
Todos los órganos importantes
del cuerpo tienen su representación correspondiente en una de las áreas del
iris, conforme como lo indica la *figura 16”
Figura 16 (*clave iridológica donde pueden verse las
zonas correspondientes a cada órgano)
La Iridología,
redescubierta por el Dr. Ignatz Von Peczely hace 200 años, y La
Doctrina Térmica de la Salud, compilación y síntesis magistral del conocimiento
naturopático llevado a cabo por Manuel
Lezaeta Acharán, son dos poderosas llaves para mantener o retornar a la salud perdida.
El deseo y legado de estos hombres ha sido cumplido: poner la salud en nuestras manos: "la salud al alcance de todos"
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